Boda en Tenerife, una boda de cuento…
Érase una vez, una calurosa mañana de julio. Despertamos juntos y pusimos rumbo a Garachico compartiendo coche con nuestros trajes y la ilusión por celebrar todo lo que somos como pareja, lo que nos apasiona, lo que hemos vivido juntos durante quince años y lo que pensamos seguir compartiendo.
La primera vez que visitamos el Hotel San Roque supimos casi con certeza que Laly, su dueña, nos permitiría añadir allí una página más al libro de nuestra vida. Un año más tarde, volvíamos a cruzar sus puertas y sentir que aquel era el lugar correcto.
Durante la mañana adornamos cada rincón de nuestro cuento. Una historia que comenzaba a la llegada de los invitados y se narraba a cada paso hasta el lugar de la ceremonia. Fotos, carteles y detalles que simbolizaban quiénes somos y dos de nuestras aficiones más relevantes: el vino y los libros.
Trabajamos sin parar en mutua compañía para crear un día personal e inolvidable; hasta que el reloj dio las cuatro y tocaba separarse. Lo que vino después sucedió demasiado rápido. Como cuando llegas al final de tu libro favorito y desearías que hubieran más páginas para disfrutarlo unas horas más.
Fue sobre esa hora cuando llegaron Sergio y Brenda. No es fácil ponerse ante un objetivo y vestirse para uno de los días más importantes de tu vida pero ellos nos hicieron sentir cómodos en todo momento. Atrás habíamos dejado la organización y ahora sólo quedábamos nosotros. Hay algo especial y bonito en querer presentar lo mejor de ti ante las personas que amas. En sacar tu mejor traje, afeitarte, maquillarte, mirarte ante un espejo y ser la persona que el otro ve en ti incluso cuando estás recién levantado.
Dentro de la suite de La Torre ya sólo quedaban la novia, el padrino y Brenda. Fuera se empezaba a oír el bullicio de los invitados y entre ellos, sin que nadie se percatara, Sergio añadía más fotos a nuestro álbum. Fue entonces, diez minutos antes de que comenzaran los primeros acordes de Ain’t that a kick in the head, cuando los nervios cerraron el nudo en el estómago. El padre de la novia se burlaba de ella. El novio, ya con un pie en la alfombra, sujetaba el brazo de la madrina. Había llegado el momento.
Nuestra ceremonia fue sencilla, imperfecta y bonita. Nuestras manos se aferraban diciendo todo lo que no podíamos decir con palabras. Él era la persona de la que ya no me quería separar. Ella, la mujer que siempre había soñado. Y cuando el beso del cuento llegó, la emoción alcanzó también a los demás.
Huimos a ritmo de The Throne Room, escuchando las risas de nuestros amigos de fondo. Recorrimos las calles de Garachico cogidos de la mano, ahora sí, como marido y mujer. Callejeamos mostrándonos sonrientes tras el objetivo de Sergio (¡como no podía ser de otra forma!). Los amigos dicen siempre esto y aquello sobre lo feliz que te sientes cuando por fin sucede, pero la verdad es que… no hay palabras. Es una de esas grandes emociones de la vida que sólo eres capaz de conocer si la has sentido.
Volvimos al cóctel de nuestra boda en Tenerife, mientras en el saxo de Fran sonaba The Girl from Ipanema. Allí estaban la familia y los amigos abrazándonos y felicitándonos alrededor de la piscina. En el ambiente flotaba la magia (y unas bandejas de canapés deliciosos). La gente se había dejado contagiar y se sentían protagonistas de nuestra historia.
Cualquier banquete que se precie debería comenzar con El festín de La Bella y la Bestia. El nuestro no iba a ser menos y los primeros platos llegaron a golpe de aplausos y carcajadas. Desde nuestra mesa veíamos con satisfacción como todos apreciaban la cena que Danny Nielsen nos había preparado. Una experiencia para el paladar difícil de olvidar, como todo lo que componía aquel día.
Tras la cena, la tarta y una copa de Agustí Torelló Trepat, volvieron los nervios. Se atenuaron las luces… Llegaba el baile. Nosotros nos habíamos metido en aquel lío y tendríamos que salir de él poniendo en práctica todo lo que habíamos aprendido en nuestras (siempre pocas) clases. Uno, dos, tres… y nos dejamos llevar hasta el final de la noche.
Iraya y Moisés